La libélula tiene un ciclo de vida muy particular. Pasa por tres fases muy concretas en su metamorfosis, las cuales van desde que eclosiona de un huevo, pasando por la fase de ninfa hasta que se convierte en una espectacular libélula. Ese viaje dura entre 3 y 6 años, pero curiosamente la etapa más corta es esta última.
Su etapa como libélula dura apenas unas pocas semanas. La gran parte de su existencia la pasa siendo una criatura del agua, una ninfa que respira por medio de branquias y se alimenta de gusanos y renacuajos. Más tarde, empieza a transformarse, y ese viaje de cambios le obliga a experimentar unas 15 mudas de piel hasta que emergen las alas.
Tanto las libélulas como nosotros mismos nos adaptamos a ese viaje vital de cambios donde casi nada es estático. Ellas entienden que, para sobrevivir en cualquier medio, hay que cambiar, mudar pieles, dejar ir viejas formas. Solo entonces lograremos ser aquello que siempre ha estado en nuestro interior y con lo que soñamos.
La metáfora de la libélula nos enseña una valiosa lección. La necesidad de aprovechar el día a día al máximo. Cuando la ninfa muda su última piel y emergen las alas es consciente de que su existencia será efímera. Es momento entonces de abrazarse al viento, de viajar, de explorar, de conocer un mundo muy alejado de su anterior zona de confort: el agua.
También nosotros debemos ser capaces de apreciar la vida con la misma pasión y delicadeza. 💙💜
Las libélulas son recordatorios de que somos luz. Todos podemos reflejarla y ofrecerla a los demás de manera poderosa si decidimos hacerlo.
Comments